A poco más de un año para las elecciones presidenciales de 2026 en Chile, el escenario político comienza a definirse con mayor nitidez. Una reciente encuesta nacional arroja resultados que, aunque favorables inicialmente para la izquierda, proyectan una posible victoria para la derecha en una eventual segunda vuelta. Los datos revelan la complejidad del electorado chileno y reflejan una fragmentación que podría tener un impacto decisivo en los próximos comicios.
Según el sondeo, los candidatos del bloque progresista obtendrían la mayor cantidad de votos en una primera vuelta, superando a las figuras de la derecha y el centro. Sin embargo, en un balotaje, los apoyos se reconfigurarían, dando ventaja al candidato del sector conservador. Esta dinámica electoral no es nueva en Chile, donde en los últimos años la primera vuelta ha servido más como un reflejo del voto ideológico, mientras que la segunda vuelta ha tendido a agrupar fuerzas contrarias al oficialismo de turno.
Entre los nombres con mayor intención de voto en esta etapa preliminar se encuentran figuras conocidas del oficialismo, representantes de partidos tradicionales de izquierda y centroizquierda, así como nuevas candidaturas emergentes que han ganado terreno en regiones y sectores jóvenes. Por el lado de la derecha, destacan postulantes con amplio respaldo en sectores empresariales y conservadores, algunos de ellos con trayectoria parlamentaria o experiencia en gobiernos anteriores.
Los resultados del estudio sugieren que, aunque la izquierda mantiene una base sólida de apoyo, enfrenta dificultades para ampliar su alcance en una eventual segunda vuelta. Esto se debe en parte al desgaste del actual gobierno, las divisiones internas entre las distintas corrientes progresistas y la falta de un liderazgo unificador que logre aglutinar a todo el electorado afín.
En contraste, la derecha aparece con mayor capacidad de sumar respaldos externos en una segunda vuelta, gracias al rechazo de algunos sectores al oficialismo y a una estrategia discursiva centrada en la seguridad, la economía y el orden institucional. La posibilidad de un voto “antiizquierda” se presenta como un factor que podría inclinar la balanza en un escenario polarizado.
Los temas que dominan la agenda de cara a 2026 incluyen la crisis de seguridad, la recuperación económica, las reformas estructurales aún pendientes tras el estallido social de 2019 y el rumbo de la nueva Constitución. Aunque la aprobación del texto constitucional ya se resolvió, su implementación genera tensiones entre los distintos bloques políticos, especialmente en aspectos como los derechos sociales, la descentralización y el modelo económico.
En ese escenario, los aspirantes de todos los ámbitos enfrentan el reto de formular propuestas que resuenen con las inquietudes de la ciudadanía, al tiempo que deben establecer colaboraciones estratégicas para garantizar su éxito en una eventual segunda vuelta. La división en el Congreso y la falta de confianza general hacia las instituciones políticas imponen a quienes buscan la Presidencia la tarea de crear coaliciones extensas y de confianza.
El electorado chileno ha mostrado en los últimos años una alta volatilidad. Las elecciones recientes han estado marcadas por sorpresas, como el ascenso de fuerzas independientes o la irrupción de partidos nuevos. La participación electoral también será un factor clave: si bien el voto es obligatorio desde 2022, la asistencia efectiva ha sido irregular, y muchos expertos advierten que la apatía o el desencanto podrían incidir en los resultados.
A medida que nos acercamos al cierre de este periodo preelectoral, los partidos ajustan sus tácticas, a la vez que los equipos técnicos desarrollan planes de gobierno enfocados en asuntos críticos como la salud, las pensiones, la educación, la vivienda y el medioambiente. La figura del futuro líder estará definida no solo por su carisma o carrera política, sino también por su habilidad para proporcionar gobernabilidad y lograr resultados en un contexto complicado.